Poemas

Lista de todos los poemas citados  :

 

  • Detrás de junio | Enjambre  

Sueño tiene la tierra nuevamente arada.
Y los bueyes parecen caminar dormidos.
Y el labrador seguirlos con los ojos cerrados.
Y yo quisiera dormirme en este aroma áspero
y en est bandada de garzas desatadas,
dormirme junto a la boca entreabierta
y junto a los ojos de niebla despertados.
Y soñar con la edad azul del río
y con las yemas rosadas del silencio,
cruzar el primer trigal recién nacido
y alzar el primer fruto de la tierra
como un pájaro de greda humedecida.

Me envuelve el vapor como un abuelo blanco.
Entre los surcos parece despertar la luz
crecer el cielo como una fronda espesa
levantarse el aire con un escalosfrío
y cantar el primer pájaro del mundo
con una voz insegura de barro poco firme.

Pero a medida que lo eterno nace
de los surcos nuevamente abiertos
nosotros nos dormimos.
Nos da sueño este amor oscuro
de tierras y aguas sin descanso despertadas.
Nos da sueño el olor de las raíces.
Y el buey parece avanzar sin dirección
y el hombre vagar con los ojos perdidos,
nadie pensar ni proponerse nada
nadie poner atención en sus semillas,
sino caminar con milagrosa inconsciencia
como reconociendo vagamente algo.

 

 

 

  • la mesa servida | La mesa de la tierra 

 

Si arrancas el cuchillo del centro de la mesa
y lo entierras en el muro a la altura del hombre,
estás maldiciendo el pan con su semilla
estás profanando el cuchillo que usa tu padre
para rebanarse la mano, para que la sangre sea más pura.
Y los hijos se reconozcan. Y no se oculten de sus hermanos.
Sólo el padre la recibe en su cabeza desnuda
ensordecido por el trueno, encandilado por el relámpago.
La recibe como el anuncio de un hijo terdío
o como el signo de una pronta desgracia.

No es una mesa, es una piedra. Tócala en la noche.
Es helada como el espejo de la sangre
donde nadie está solo sino juzgado por su rostro.
Tócala y pídele que vuelva a ser ella misma
porque si no existiera, no podríamos tocar
el sol con una mano y la luna con la otra.
Y comeríamos a oscuras como los ratones el grano.

Es la vieja mesa que nadie pudo mover.
Sólo la luz de la estación la cambia de sitio.
O los nuevos convidados con su voz nunca oída.
Y el ausente la encuentra siempre donde mismo,
siempre dándole su rostro, nunca a sus espaldas.
Porque el hombre tiene la edad de su primer recuerdo.
Y el ausente crece al caminar hacia ella.


Si la mesa está puesta es que alguien va a venir.
No la has visto servida en la casa más sola ?
No la has visto surgir de la oscuridad
iluminada sólo por el brillo de las copas
y el color de sal fresca de todas las mesas ?
Y es más bella que en el día más esperado
porque la ves con los ojos de un niño que ha crecido
o de la vieja mujer que dispone las flores.

Huelen las casas amadas a la limpieza de su mesa
y está servida en esa espera agrupada del árbol
que nadie puede recordar ni tampoco olvidar
porque todo lo que existe nació a la misma hora.
Y en el punto invisible que guía a las abejas
han puesto el pan y el vino a nuestro alcance.
Para que siempre te acuerdes al extender la mano
que estás tocando la mano de todos los hombres.

 

 

 

  • el primer poema | El poema en el poema  

 

El primer poema fue una mano abriéndose a la luz
con el estremecimiento de una serpiente al reptar
de un rayo al cruzarnos el rostro.

El primer poema fue escrito de una sola manotada
y el hombre de una mano fue estampado en la piedra
con esa herramienta de minero sin casco.

El primer poema fue una mano estampada en el muro
la palma de una mano
unos dedos abiertos
aguardando el amanecer
la sombra de otro hombre
unas líneas escritas con los ojos cerrados
con el sueño más terrible o más dulce.

Y es mi mano cuando la mido con la suya
haciéndola más grande que el cuerpo de un hombre
que el cuerpo de un bisonte.
Cuando la asumo haciendo retroceder las tinieblas.

No te escucho, te veo
eres una sola palabra carnal como un hombre
eres una sola imagen palpitante
reflejada en un grano de cuarzo
donde no estás tú ni yo
sino el mundo surgiendo de la oscuridad.

No puedo pensar en ti sino al verme a mí mismo
al ver brotar mis manos en el amanecer
y preguntarme a qué pertenecen, a qué se asemejan
a qué raíz de árbol, a qué arma sagrada
a qué querella del origen, a qué unidad perdida.

El hombre se levantó y dijo algo
qué dijo
dijo algo que resonó muy lejos
y él miró en esa dirección un largo rato
qué dijo
con un suspiro ahogado con que se dicen todas las cosas
con una sonrisa con que se descubre todo lo oculto.
Porque en ese corto soplo estaba todo el hombre
que nunca estuvo en parte alguna.

Háblame
y la tierra habló al mezclarse con el agua.

Ámame
y muda la mujer se hizo amar.

Canta tú
y cantó el pez convirtiéndose en pájaro.

Llora dijo el llanto
ríe dijo la risa mordiendo una manzana escarlata.

Y los labios del hombre se abrieron
como si alguien lo llamara y no pudiera responder.
Pero todo calló al animarse su cara.
Y el silencio de la creación cupo en su boca.

Cuando aún no existía el hombre
existía un nudo en el viento
y una vaga exclamación en el espacio.
Todo era demasiado grande y tenebroso
para que existiera una sola gota a punto de caer
y dos árboles unidos por una telaraña.
Existía el tiempo sin término
pero no el hilo roto
con que tejen los pájaros su paso de la luz a la sombra.
Cada día despuntaba sin el recuerdo de la víspera.
Y el primer animal nació y murió sin salir a buscar su presa.
La tierra era como un sepulcro vacío.
La lluvia caía sobre toda la vastedad
sin distinguir una hoja de otra.

El hombre apareció
al mismo tiempo que su lámpara.
El fuego, antes de verlo arder.

El hombre midió primero el arco
midió primero el grano
y después lo que se esfuma.
Alimentó su lámpara con su doble soplo
y después con su conjuro.

Nadie recuerda ese paso que damos hacia el fuego
ese paso tan largo que borra todos los otros.
Y estalla su cáscara adentro del árbol
adentro del fuego
como una flor de piedra.

Nombrado seas tú, nombrado sea yo
porque nombrados volvemos a ser el mismo hombre.
Y somos otra vez ese puñado de ceniza
arrojado hacia arriba
buscando la ceguera deslumbrante o la ceguera ciega
esas dos llamaradas del fuego del hombre.

Haz la máscara, dijo un hombre muy viejo
palpando largamente mis manos con sus manos frías.
Hazla para que me veas un día con mis propios ojos.

La máscara fue hecha
para mirar como un halcón adentro de su presa
y en dos se partió al enterrar la primera lanza
con un grito nunca oído hasta entonces.
Aún sentimos su mirada en nuestro cuello desnudo con un escalosfrío.
Aún nos muerde la mano cuando nos adueñamos de una vida.
Sus ojos chupan como las plantas la luz y la sombra.
Nunca está sola de ella misma
y vacía es como un cráneo mondo.
La máscara fue hecha para mirar adentro de los otros
adentro de la muerte.
Pero yo la arranqué
para ver el verdadero rostro del hombre.
Y al hacerlo se iluminaron los muros
con un destello de lámpara o de copa de piedra.

 

La tierra era como un sepulcro vacío.
La lluvia caía sobre toda la vastedad
sin distinguir una hoja de otra.

El hombre apareció
al mismo tiempo que su lámpara.
El fuego, antes de verlo arder.

El hombre midió primero el arco
midió primero el grano
y después lo que se esfuma.
Alimentó su lámpara con su doble soplo
y después con su conjuro.

Nadie recuerda ese paso que damos hacia el fuego
ese paso tan largo que borra todos los otros.
Y estalla su cáscara adentro del árbol
adentro del fuego
como una flor de piedra.

Nombrado seas tú, nombrado sea yo
porque nombrados volvemos a ser el mismo hombre.
Y somos otra vez ese puñado de ceniza
arrojado hacia arriba
buscando la ceguera deslumbrante o la ceguera ciega
esas dos llamaradas del fuego del hombre.

Haz la máscara, dijo un hombre muy viejo
palpando largamente mis manos con sus manos frías.
Hazla para que me veas un día con mis propios ojos.

 

La máscara fue hecha
para mirar como un halcón adentro de su presa
y en dos se partió al enterrar la primera lanza
con un grito nunca oído hasta entonces.
Aún sentimos su mirada en nuestro cuello desnudo con un escalosfrío.
Aún nos muerde la mano cuando nos adueñamos de una vida.
Sus ojos chupan como las plantas la luz y la sombra.
Nunca está sola de ella misma
y vacía es como un cráneo mondo.
La máscara fue hecha para mirar adentro de los otros
adentro de la muerte.
Pero yo la arranqué
para ver el verdadero rostro del hombre.
Y al hacerlo se iluminaron los muros
con un destello de lámpara o de copa de piedra.

 

 

 

  • el fuego nuevo | La mesa de la tierra 

 

Ve a buscar el fuego nuevo en las tinieblas.
Y con el pedernal que fue mío golpea su puerta
pidiéndole abrigo, diciéndole mi nombre.
Porque el fuego recuerda al último
que lo alumbró con su boca
arrodillándose como ante un animal herido
soplándole la cara de pan enterrado.
Y que nadie te vea porque el hombre está desnudo
cuando pide o da algo de sí mismo,
algo que no se vuelve a dar sino después de la muerte
y con el rostro vuelto, y con la mano sin dedos.
Que no te vea nadie cuando apagas el fuego viejo
y prendes el fuego nuevo.
Y te acompaña la primera o la última palabra dicha
antes de irte de todas partes.
Y te acompaña tu propia oscuridad
y el frío del amanecer con que se mira el mundo
cuando todos duermen hace mucho tiempo.
Cuando tú también estás muerto
y buscas dentro de ti la vieja llave de la casa.
Buscas los utensilios que han cambiado de sitio.
Buscas lo que no se puede hallar dos veces.
Y te acuerdas de todo lo que hacías,
del soplido de tu boca en el gran soplo.
Del nombre del fuego apagado
que es el mismo del fuego prendido.

**********

Cogió un puñado de fuego apagado
y al hacerlo escuchó levantarse el viento
-el que pule las piedras hasta darles la suavidad
de algunos rostros y del cuerpo de las madres.
Y al hacerlo escuchó el llamado misterioso
igual que cuando bruñen con ceniza el fuego viejo
-el corazón del cristal en el fondo de las copas
o en la luna vacía de todos los espejos.
Siempre se estremeció al oír ese sonido
como si alguien debiera aparecer de inmediato.
Era una señal, una orden
-la del sacrificador, de la víctima
-la del encantador, de la serpiente
-la de los amantes silenciosos.
Y él la escuchó de nuevo al frotar entre los dedos
esos granos ásperos y suaves de ceniza, de hollín
parecidos a las semillas de un día muerto para siempre
que los hombres llevan en los bolsillos de la ropa
y pierden sin poder recordar quién se las dio.
Porque no hay nadie que pase ante un fuego extinguido
sin repetir ese rito de los viejos orígenes
-de detenerse ahí
-de arrodillarse ahí.
Como ese hombre inmóvil en la penumbra
en trance de escuchar el viento entre los árboles
o de soplar la piedra donde el fuego surgió.

********

Hermoso como el tigre es el misterio de ser hombre
y mirando el fuego con los ojos que me dio
cuando lo tallé en la piedra donde lo tengo preso
en el instante de saltar sobre otro animal.
Y el tigre vuelve a ser como el primero que vi,
ausente a toda mirada, inencontrable en sí mismo.
Como esta máscara tallada por el fuego en los muros
donde arden sus ojos al fondo de la noche.
Y yo temo mirarlos porque oscurecen los míos
con un velo tan fino, con una lejanía tan grande,
y nunca hubiera llovido, y no existiera ningún árbol,
y nadie apareciera en la faz oscura de la luna.
Porque ha vuelto a ser como la luna redonda
que hace manar el agua y abrirse el sexo de las piedras.
Un tigre cazado por un hombre. Y un hombre meditando en el misterio de estar vivo.

 

-la del sacrificador, de la víctima
-la del encantador, de la serpiente
-la de los amantes silenciosos.
Y él la escuchó de nuevo al frotar entre los dedos
esos granos ásperos y suaves de ceniza, de hollín
parecidos a las semillas de un día muerto para siempre
que los hombres llevan en los bolsillos de la ropa
y pierden sin poder recordar quién se las dio.
Porque no hay nadie que pase ante un fuego extinguido
sin repetir ese rito de los viejos orígenes
-de detenerse ahí
-de arrodillarse ahí.
Como ese hombre inmóvil en la penumbra
en trance de escuchar el viento entre los árboles
o de soplar la piedra donde el fuego surgió.

*********

Hermoso como el tigre es el misterio de ser hombre
y mirando el fuego con los ojos que me dio
cuando lo tallé en la piedra donde lo tengo preso
en el instante de saltar sobre otro animal.
Y el tigre vuelve a ser como el primero que vi,
ausente a toda mirada, inencontrable en sí mismo.
Como esta máscara tallada por el fuego en los muros
donde arden sus ojos al fondo de la noche.
Y yo temo mirarlos porque oscurecen los míos
con un velo tan fino, con una lejanía tan grande,
y nunca hubiera llovido, y no existiera ningún árbol,
y nadie apareciera en la faz oscura de la luna.
Porque ha vuelto a ser como la luna redonda
que hace manar el agua y abrirse el sexo de las piedras.
Un tigre cazado por un hombre. Y un hombre meditando en el misterio de estar vivo.

 

 

 

  • fogón | Enjambre  

Nunca apagaron el fogón
donde hervía un agua oscura.

Nuevos leños fueron arrojados
por dos manos ocultas en la sombra.
Nuevos baldes se trajeron
llenos de agua y de misterio.

Un trozo de carne fue asado.
un pan surgió de las cenizas.
Un rito de azúcar quemada
hizo más antiguo el silencio.

Pero nadie se movió de la orilla.

Ni supe cuántos eran : el humo
los envolvía como en sueños.
No conocí sus rostros : el agua
que hervía los hacía tan lejanos.

Alguien irrumpió desde afuera,
pero nadie se movió de su asiento.

Seguía ardiendo el fuego, bullía el agua.

 

 

 

 

  • tema 8 | Epifanías  

No tengo cuerpo en la oscuridad
yo mismo me he tragado para sentirme arder
para ser la estatua hueca de mi dios
como si todo lo hubiera engullido con la boca de mi cuerpo
hombres, bestias, en algún lugar están
nunca envejecidos, más nitidos que el alba
un rayo es el esqueleto de la sombra.

Si yo puedo recordar, es que los seres tienen rostro
quedaron para siempre inconclusos en sus caras
a medio parir, a medio vomitar por la serpiente
están vivos en la cicatriz, bella, terrible
la mordedura se hizo boca
el terror, petrificada hondura
cada rostro es una torsión distinta
de este cuerpo que quisiera cubrirnos con sus párpados.

Yo miro alrededor el mundo, sus fauces abiertas
para reconocernos nos masticamos largamente
nos devoramos porque somos nocturnos
quién nos hace despertar sino aquellos que duermen en el fondo.

Cuerpos que seguirán otros abrazando en silencio
éramos iguales a nosotros mismos
estábamos aquí
rodeando cada forma en la luz entreabierta
mi mano era honda en el plumaje, en el pez
mi sabor era el centro de una flor
todo el espacio respiré para crear mi pecho
yo soy mi voz como el vacío es su abeja
yo soy mi voz antes de ser mi madre
en torno a ella como a un hueso fui creciendo
a un hueso inolvidable como el sol.

Si yo estoy en una casa, toda ella es mi copa
si estoy en un punto, todo él es mi mesa
mi tierra extendida, mi cielo central
quiero venir de afuera para llenar mi cuerpo
para que mis ojos se abran, se cierren conmigo
para que mi boca sea mi verdadero sello
mis manos, mis guardianas inmensas.

Un solo, un lento despertar he tenido
el de mi cuerpo que encierra todas las cosas
él como una bestia se ha tragado lo que soy
si yo conozco el remordimiento, él conoce su comida
si yo me oculto de dios, él se entrega desnudo
si me aterroriza la sangre, a él lo hace ondular
me vive sin edad con mis largas quebraduras
como una raíz
a la cual ya no hace daño lo terrestre.

 

 

 

  • tema 1 | Epifanías  

La casa es como un animal de la sombra
humeante pirámide sin huecos
esfinge con mi rostro, corcel con mi silencio
mi propio abismo a medias lleno con un árbol
es un nombre con un pájaro
un canto con un hombre adentro
un lugar despoblado que uno viste con la ropa de los muertos
sus puertas se han abierto con el rumor de los dormidos
sus ventanas se han roto con el silencio de la noche.

Como las rocas, está detrás de sí misma
débilmente alumbrada por las cosas
por la tierra que remueve con sus manos
por la tierra cavada más alta que sus muros
bajo ella está el agua verdadera
el hueso parecido de los frutos.

Todo está a la vez iluminado, todo en tinieblas
todo está ordenado en los armarios
en la memoria de los ausentes
los años vienen a beber en mi boca
yo soy la abeja de este gran silencio, de esta noche inmensa
yo soy el comensal, el que guarda intactos los seres engullidos.

Todo gastó a los moradores
cómo envejecieron de mirar hacia afuera
en qué lecho tan blanco durmieron sin pliegues
sin desordenar el aire de las cosas
cuerpos, cuerpos, manos, rostros
esos dientes de la sombra
a una hora buscamos el sitio más profundo
adentro de otros viviremos, cada vez más adentro
cómo al partir un fruto creo prolongar mi nacimiento.

El fondo de los hombres es un sueño
un sueño confiado a una piedra
antes de estar solos estuvimos reunidos
antes de ser esposos fuimos desposados
nuestros hermanos fueron como viejos conocidos.

Extraña es esta casa cuya sombra nos fecunda
una piedra era al final su rostro
lo exterior del paisaje, su intimidad profunda
la estación transitoria, su más pura experiencia
la inclinación del sol, su más colmado hallazgo.

 

 

 

  • semilla será el hombre | La compañera 

Semilla será el hombre, y la mujer, vasija,
y en el día serán como dos caras,
como la mano izquierda y la derecha,
pero en la noche serán la bestia inmemorial
de dos cabezas,
mitad de ave y de serpiente :
el hombre y su mujer a la espalda.

Será él el arco tenso del océano,
el oscuro ceñidor de los trigales,
y ella la esparcida cabellera,
la redondez sin forma ni dureza ;
será él como el viento en la montaña,
despierto siempre,
y ella la nocturna vestidura ;
como el resuelto pescador será el varón
y la hembra como la noche y la ballena ;
como el hombre en la nave serán ambos
reunidos en medio del espacio :
él desnudo y perdido, y ella plena
como una bodega y una casa,
él todo de sal, de sabor y de soplo,
y ella de harina, condensadora del mundo.

Porque el hombre vendrá con el anuncio
y la mujer con el hijo de la tierra,
él vendrá con el cuchillo del fuego
y ella con el agua habitadora ;
ruptura es el hombre, avance, comienzo,
tejedora es la mujer, de fibra y orden,
y en la tela incendiada trabaja,
en la quietud de las frutas se perfuma,
sólo en su gran serenidad todo revive.

Y el hombre en ella nace, en su tejido :
en la infancia es más pequeño que su hermana
y de madre en madre va creciendo
hasta llegar al mar que lo madura.
Y en la mañana terrible de la luz
es la mujer lo que descubre,
y en el bosque arrasado de la tierra
es la mujer quien lo sostiene,
y en la noche que extravía a los hombres
es ella quien lo guía a su casa.

 

 

 

  • el invitado (fragmento VIII) | Enjambre  

En la casa silenciosa y fría
todos duermen, menos el deseo
de palpar y hablar que tiene un niño.
Y mi inconsciencia lo confunde con la lluvia
o la proximidad de la mañana.

Porque no deja de mirar sus manos.
Y aunque a mí me confunde con el muro,
y a todos los demás, con el océano,
a sus manos las contempla como manos.

Y como si alguien remeciera un palto,
y no cesaran de caer las frutas,
así dormimos, y despertamos de pronto,
y buscamos con cuidado un niño,
cuando no somos más que la ausencia
y el asombro de esas manos nuevas.

 

 

 

  • puertas de China | El viento de los reinos  

Extranjero, detente en mis murallas
contengo tantos muertos que entera soy de cal y espinas
mi tempestad será de cenizas extinguidas hace siglos
te quemaré como al caballo de la estepa.

Sarmentosa soy como la más pura claridad
fiera como un terrible leprosario
no verás mi desnudez que el viento cuida
conmigo dormirás sin conocerme
en mis rodillas dormirás el sueño devastado del invierno
oirás sólo el tifón
el puñado de los huesos enemigos que en mí no encuentran el reposo.

Para ti seré ausencia de raíces
un río turbio, un fruto descarnado
en mi manto hay un tambor que batiré por ti mientras existas
hueso contra hueso morderás el arroz podrido del esclavo.

Olvidarán los hijos y los padres
todo aquel que en mi pecho exprimido se formó
en ti seré este fragor del tifón en las estepas milenarias
la sequedad, el frío de mis uñas
el coro de mi hambriento en tus oídos.

En el hombre encontrarás refugio
en el templo hallarás el aire que te niego
junto a Buda la obscuridad de mi memoria
de mí saldrás como has venido
no verás sino mi anchura inabarcable
no tendrás otra cosa que el silencio.

 

 

 

  • gong | El viento de los reinos  

El tiempo ardía apagando los rostros
se inmovilizaban los años para escuchar el grave sonido
se ordenaban en círculo los animales de piedra
las puertas se abrían con lentitud crepuscular
yo avanzaba guiado por el centro de mí mismo
por el extraño peso de mi alma
se apagaban mis pasos como tragados por las aguas
mi aliento se disolvía velozmente
mis ojos palpaban como manos
mis oídos rechazaban lo exterior
nada me era más ajeno que mis pies
nada me era más distante que mis brazos
resonaban solos los espacios comprendidos
a sí mismos se escuchaban los largos aposentos
los dispuestos utensilios ocupaban otro orden
las aves emblemáticas habían adquirido otro poder
vivían las cosas un interior de frutas solas.

 

 

 

  • vive el faisán | El viento de los reinos  

En el silencio de sus plumas vive el faisán
ave de los ríos sagrados
de las casas profundas cuyos lechos brillan en la obscuridad
de los frutos perfectos, aquellos que nacen y mueren solos
aquellos nunca recogidos como la miel del abandono.

Príncipe del recuerdo con los radiantes colores de la felicidad
el azafrán, el oro, la gota morada del destino
a dónde vuelas en el sueño opresor de la seda dormida
en la soledad de las cosas ingastables vives
en el árbol del añil, de la púrpura.

Con la tela inmensamente gris
de los que duermen para siempre
haces el agua, el fuego, la granada
haces lo perdurable con suavidad divina
el trueno nace cada vez sin despertarte
nace y muere en los cielos increados
arde en el polvo tu corazón escarlata.

 

 

 

  • antiguedad | El viento de los reinos  

 

Amarillo era el caballo
indolente el cielo
los seres trabajaban sin ruido en el perfume
eran viejos como el azafrán, como el sol de los templos
en la madurez vivían como en un fruto que aplastaba el mundo
en la blandura de una madre.

No pude romper el pan ni la madera
ni derramar las cenizas
todo era demasiado humano
corporal como alguien que duerme
había aprendido el polvo a ser polvo
la piedra a ser piedra
los hombres habían aprendido a reposar
a ser carne de sus propios dioses.

Despertad a la sonrisa
al aflojamiento puro
a la cera de la inmensidad
despertad al mediodía en que todo se estira y se prolonga
obscureced al mundo con vuestra plenitud
vivid en la carnalidad doblegada del otoño.

 

 

 

  • el bocado | El viento de los reinos  

 

Alimento extremadamente humano eso es lo tuyo, hermano
eso es lo que ganaste cuando las garzas ya no fueron perseguidas
porque amas la luna como odias la ciega turbación de los hombres
a la orilla de un río donde el cielo humedece tus acciones
de un río donde no cesan de pasar tus muertos.

Eres de carne y de sangre más que de huesos
eres de dos pedazos de un pan arrebatado
con tus hijos atragantados en tu boca
con tus padres desnudos en la espalda.

Lo que vive de la miel secreta
lo que vive en la blandura de la lengua, en el aceite del reposo
fue turbado antes que comprendieras el pez sangriento de la nieve
tú el más desnudo de los seres de la tierra
el pan sin cáscara, el mendrugo frío
sin buey labraste
sin armas defendiste el corazón del cielo.

Tu fiesta fue sorprender el arroz recién sembrado
tu vino fue callar ante la noche
tu trabajo fue vivir disuelto en lo que hacías
por eso amaste el fondo húmedo del tiempo donde todo se agrupa sin
violencia.

Tú inventaste la tierra
tú que en la arcilla tocaste todo el dolor humano
tú inventaste el pan
tú que apenas nacías eras devorado por las aves
tú inventaste el silencio para poblar el duro corazón de dios.

 

 

 

  • los sacrificados | El poema negro de Chile  

Vertieron sangre de hombre y de corcel.
Vertieron sangre de muchacho en el mismo lavatorio
donde su madre lo lavó cuando niño.
Vertieron sangre en artesas llenas de ropa,
en bateas colmadas de agua y harina,
en tarros de leche fresca y humeante.
Ensuciaron el paño con que el labriego se seca
el sudor envejecido de su rostro y del terrón,
la sábana del enfermo, lo único fresco de su noche.
Engruesaron la tela de las costureras,
la piel, la escama de las parturientas.

Vertieron sangre de cordero y pastor,
y comieron perros, bestias de cacería
una lavaza amarga.
Y los fieros cazadores
bebieron y se lavaron con lo mismo que bebían.

Vertieron sangre de hermano contra hermano,
a tientas, sin palpar el cuerpo, para no despertar.
Vertieron sangre espesa como el alquitrán,
sangre que no dejaba huellas en las manos
o que hacía retroceder como un tambor.
Vertieron sangre de hombre, sin sabor para los hombres,
pero sí para las bestias que aguardan la noche,
para la insaciable garra de las aves sin dientes,
para la boca muerta de un asesino a sueldo.

Sangre tardía del trabajador cuando se lava,
así inclinado, con su espalda desnuda,
oscureciendo el agua de restregar su rostro
y como sorbiéndola, como volviéndola más viva.
Sangre pura, como aquella que prueba el niño,
cuando se arranca el primer diente de leche
o se hiere las rodillas al empezar a caminar.
Sangre que no hace sufrir entonces, sino después
cuando el niño la ve brotar en la cara de sus mayores.

Vertieron sangre de padres que esperaban
ver crecer a sus hijos, sangre joven o más vieja.
Sangre que en la inmensa noche de los hombres maduros
los lavó de ellos mismos al engendrar un ser.
Sangre que no fue ofrecida a ningún dios
ni a un demonio, sino al hijo que llevamos,
y que la mujer deposita a nuestros pies,
un día más largo que los otros días,
parecido a la copa en que conocimos el vino.

 

 

 

  • galopan las patrullas | El poema negro de Chile  

Galopan las patrullas, galopan sobre ellas mismas,
resbalándose en el estiércol de las cabalgaduras.
Quién podría distinguir la torturada voz del hombre
entre el clamor y el látigo de las caballerizas ?

Olía como el pan el cuerpo del labrador
después de su trabajo.
Y cuando se lavaba, desnudo hasta la cintura,
el río se oscurecía con el polvo de su rostro,
la tierra se oscurecía como si en él se bañara.

Hoy los caballos, con sus ijares abiertos,
orinan, estercolan, se hieren unos con otros.
La furia los comanda, pero el grito los detiene.
La sangre los empuja, pero la desnudez los asusta.
Y miran a sus dueños sin encontar sus ojos.
No tiene rostro el patrullero :
tiene la mano enguantada y el toperol en la bota
para clavar al desnudo
en la puerta de su casa o en la mesa donde come.

El caballo acorrala al perseguido contra el muro,
contra el árbol, contra su mujer o su hijo.
Y la espuela lo atraviesa de costado a costado
para herir al hombre, para enloquecerlo
con la llaga del caballo y con su propia llaga.
Queda el caballo moribundo, y el hombre,
amarrado al palo del castigo,
sufre con la boca oscura de su cuerpo
y con los ojos del caballo, que no saben sufrir.

 

 

 

  • el cazador | El poema negro de Chile  

 

El mar devuelve siempre el madero,
el río, la ropa de los ahogados.
También el cazador devuelve al hombre
envuelto en la red que le tendió.

A la madre que está encendiendo el fuego
le entrega el cuerpo untado de grasa,
le devuelve el plato sucio de lodo
donde comió él mismo con sus bestias.
Y la madre con su olla de agua hervida
va limpiando el rostro para verlo,
limpia al hijo y lava al cazador.

Están desnudos los dos hombres,
el uno de correr, el otro de perseguir.
Y desnudos, ambos parecen hermanos,
cuando fueron antes enemigos.
Los dos están sudorosos, polvorientos,
el uno de caer, el otro de castigar.
Los dos están unidos todavía
por un lazo que no puede cortarse.
Ambos están aún mirándose,
el uno callado, el otro resoplante.
Ambos están unidos por un fiero abrazo,
el uno cayendo, el otro sosteniéndolo.

Sólo la madre puede cortar este cordón
que une al victimario con su víctima.
Sólo ella puede ahuyentar esta desgracia
de dos hombres puestos frente a frente.
Sólo ella puede dar tierra a su hijo
para que pueda galopar el cazador.

 

 

 

  • está solo el culpable | El poema negro de Chile  

 

Solo ha de salir de su oscura madriguera
y no buscaremos su carpeta con dólares
sino ese brazo que ahogó, su estuche de cuero,
y cada nacimiento de sus extremidades.

No sentiremos ese gran llamado misterioso
al ver un rostro, al descubrir una sonrisa,
y aquello que emparenta más que ningún lenguaje :
la mirada, que obliga a perdonar a las bestias.

Nada nos dirá esa parte indefensa de los hombres :
la garganta, y su desnudez que la absuelve.
Ni ese gran trozo de humanidad que oculta
al asesino : su espalda, que nos recuerda
el paño blanco donde se guarda el pan.

Nada. Ni sus pies desnudos. Ni sus sienes
donde alguien entreteje con mano dulce la ausencia.
Nada nos hará sentir que estamos frente a un ser humano
sino ante alguien que vertió la sangre para oler
el caliente vaho que repugna hasta a las fieras.

Solo estará frente a la mirada de sus hijos
que ya habrán alcanzado el mismo porte suyo.
Pero ellos estarán vestidos con la verguenza de su padre.
Llevarán como una piel chorreante en sus hombros
y volverán la cabeza para no ver al creador
castigar la semilla y el cuerpo de su madre.

Solo entrará en su sangre sin orillas
para bautizar la sangre vertida por sus manos.

 

 

 

  • familia anochecida | Mujeres de oscuro  

 

Olía a hombre triste en la Prefectura.
Estaba todo tan lleno de gente
y no había nadie
en la espera del extranjero y su espera
anochecía, llovía, nevaba, transcurría afuera
pero adentro mendigaba el hombre
envejeciendo en la fotografía de su rostro.

Hablaba a solas una mujer
y un niño se hundía en humosos pensamientos
había como un otoño sobrante
como la luz de un sol puesto hace rato.
Hacía frío en esas manos y gargantas
estaban todos como alrededor de una mesa
buscando un bolsillo inencontrable
con sus bocas amargas
con sus almas incómodas.

Olía a hombre
pero a hombre anochecido
a hombre que se olvidó de volver.
Olía a familia humedecida y sin nombre.
Olía a tierra lloviendo, a mar llovido.

 

 

 

  • un desterronado | Mujeres de oscuro  

 

Un hombre es desterrado a perpetuidad
y sale con un pedazo de su cuerpo
a vivir en la otra orilla del mundo
a donde sólo llega la voz de sus muertos.
Lo primero que hace es mirar esa tierra desconocida
que se escurre entre sus dedos como el azogue
y donde sus pasos mueren al andar.
Pasan algunos años. El hombre sigue viviendo
con los restos de su cuerpo y de su alma.
Y a la ventana se vuelve
a su propia ventana
como buscando su habitación en el mundo.

No reconoce el otoño ni el verano
el comienzo
ni el final de la calle donde vive.
Y está sentado pero no encuentra de qué conversar
no sabe dónde guardar cada crepúsculo
ni tampoco desde cuándo se halla solo
si tiene calor o frío
si ha comenzado a llover
si tiene que levantarse para ir al trabajo.
Y mira el cielo más de lo corriente
como si fuera a perderse al alejarse por la calle.
Siempre está vestido en plena noche
como esperando que lo llamen de la noche vecina.
Y siente frío en torno suyo
un frío de tierra entera
en cada planta de los pies.

Un hombre viene a vivir a una ciudad desconocida
y todos se preguntan quién es
y él se pregunta lo mismo.
Porque siempre está ahí
al comienzo del día o de la noche
contemplando la ciudad
el humo de las chimeneas.
Y todos se preguntan qué hace
y él se pregunta lo mismo.

Todos los extraños se parecen
son como de una misma familia
de rostro atardecido, de gestos olvidados
mirando largamente las ventanas iluminadas
los niños pequeños, las personas de mucha edad.
Todos se parecen
este con aquél del año anterior
como dos hermanos que no se ven hace tiempo.
Y la gente recuerda a uno
ayudándose con los rasgos del otro
y como haciéndolos cada vez
más inseparables y lejanos.

Él viene de otras tierras
mirad cómo camina
cómo le cae la voz al habla
cómo entra en su sonrisa.
La sombra ronronea en sus brazos como un gato salvaje.
Baja a comer con boca muda
sube a dormir con cara sola
y busca algo en la oscuridad hasta el amanecer.
Hombre de lejos
de otros montes con caras
de otras orillas que no conocen sus orillas.
Aquí vestido y afeitado parece neblinoso
acercando su rumor al rumor de estas abejas.
Aquí en mesa se ensombrece en lo mejor de la comida.
Curioso de hombre cuando ríe o tose
cuando se pone serio como una noche de otra parte.
Ni en silla parece estar
ni en fotografía parece olvidar de donde vino
ni cuando dice su nombre o estrecha la mano
allégase hasta aquí
deshácese de allá.

Y de qué hablan estos hombres sin patria
hablan de los cementerios de sus pueblos natales
porque temen ser enterrados aquí
temen quedar aquí como atascados
temen dormir junto a muertos desconocidos
bajo la nieve que han visto por primera vez
le temen a este polvo sin voz
a estas piedras sin cara
tienen pavor a lo que hay debajo de sus pies
frontera tan muda
lejana y anochecida.

Porque un caminante nunca debe detenerse
ante ninguna ventana
puerta o portal.
Nunca debe detenerse a mirar su rostro en un espejo
ya que verá los muros de su antigua casa
y todo lo que había en las paredes
grietas, clavos enmohecidos.
Un extranjero no debe pensar cuando come
ya que se vuelven oscuras
la sal y el azúcar.
Un desterrado debe vivir sin detenerse
como su sangre
por su cuerpo que camina.

 

Hombre sin pasos
hombre sospechoso detenido en la lluvia
hombres de manos muertas buscando una llave
hombre de lejanas y lentas despedidas.
Siempre se vuelve para mirar el día
siempre se está alejando
por calles y caminos.
Tal vez para dormirse por las noches
necesita cruzar lentamente
por todos los cuartos donde ha dormido
y escuchar todas las voces
dichas por él y por los otros
despertarse muchas veces
antes de dormirse como un niño hasta muy tarde.

Mesa del destierro
cama del destierro
al amoblado del invierno se parecen.
Si tú entras en el cuarto de este hombre
huele a tierra húmeda y a pétalos deshechos
a tiempo acostado
a llaves mohosas.
Si tú entras cuando escribe una carta
ves lo blanco del papel y lo negro de la tinta
todo cubierto por unos terrones muy oscuros
mesa y cama
como en un cuarto sin techo.

 

 

 

  • el viajero (fragmentos) | A deshora  

 

todo lo vi en el mundo
desde la otra orilla
como si lo estuviera viendo y recordando
como si lo hubiera visto
y olvidado muchas veces

cruzar de incógnito por una calle
acercarme a una mujer
estar ahí sin que ella me sienta
contemplando la ciudad
detrás de sus hombros

dar vuelta la cabeza
cuando viene un viejo amigo
dejarlo lento alejarse
correr detrás de él
pronunciar su nombre

estar y no estar
pensando los mismos pensamientos

el viajero nunca pudo medir la lejanía
y pone las dos manos
abiertas en la mesa

el recién llegado
aprecia el porte se sus hijos
ya no se acuerda
si fue niño alguna vez

tampoco se acuerda
del rostro de sus padres
ambos se confunden en una sola cara
que nunca vio en el mundo

 

el hombre no sabe
de qué hablar con su familia
si hubiera muerto lejos
lo sabrían todo

el viajero pone la mano
sobre la cabeza de sus hijos
nunca midió la ausencia de esta manera

entró como el recuerdo
de la luz de otros días
y los grandes espejos
moribundos de la casa
preguntaron
eres tú el viejo misionero perdido

él quiso saber
si alguna vez lo perdonarían

nunca
respondieron los espejos moribundos
el hombre se arrodilló
de rodillas era como un niño
sentado en una bacinica

el hombre se levantó
de pie era como un extraño
a las orillas de un gran río

 

 

 

  • donde la noche es tan grande | Mujeres de oscuro  

 

Allá en la tierra donde los hombres surgen de la sombra
tan naturalmente cono si fuera su casa
y las mujeres, como los ojos de la sombra, miran
a través de las ventanas el fulgurante verano
y unos y otros se restriegan los ojos
cuando llega alguien, cuando alguien se despide
como si hubiera mucho humo o vapor en las cocinas
y mucho sueño en la lluvia, mucho silencio en las cosas.

Parece que uno fuera de la sombra a la luz
muchas veces en una sola tarde
y tuviera como el recuerdo de la vida.
Porque todos se sientan a comer a la mesa
donde aprendieron a leer y a escribir
a la hora en que las mujeres se ocultan
y los hombres se lavan recordando la tarde anterior.
Esa es la hora en que brilla lo blanco del reloj de pared.
Esa es la hora en que se fijan los rostros en la memoria
y en que somos iguales a los retratos del salón.

 

 

 

  • esa edad misteriosa | Mujeres de oscuro 

 

Esa edad misteriosa con abuelos y penumbras
ese mundo de cuero y de madera en que vivimos antes.
Grande era la sombra del hombre subiéndose al caballo
para llevarse las mañanas más allá de los crepúsculos.
Y las mujeres cruzando habitaciones
con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes
y como llevando un traje negro sobre un traje blanco.
No era la misma mujer afuera que adentro de la casa.
Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del tiempo.
Jóvenes como son los lechos vestidos de blanco
y las ahogadas con hojas de sauce en los cabellos.
Esa edad misteriosa en que vivimos antes.

 

 

 

  • la primera casa (fragmento) | El poema en el poema 

 

Al acercarme a este lugar alguien me nombra
son las piedras
piedras de monte y de río
que no quieren ser piedras después de haber sido mi casa.
Es el barro anónimo
del cual venimos todos
que no quiere ser barro después de vivir la suerte del hombre.

Cuando mueren los que levantaron una casa
-haciendo en ellos mismos un hueco antes ocupado por la noche
o por un río desde el comienzo del tiempo
el lugar no sólo cambia sino que se vuelve más grande.

 

 

 

  • las máscaras | La mesa de la tierra  

 

Hacedor, estás triste como tus máscaras,
porque no puedes hacer la máscara de tu éxtasis.
Todas las haces mirando la oscuridad
sin hacer la que sonríe a la creación del mundo
que ves alrededor en todas las cosas.
Estás triste como la sonrisa que te creó.
Y haces todos tus rostros de tu propia cara.
Haces siempre el asombro igual al pavor.
Haces siempre la sonrisa sonriendo a sí misma.
No hay nada más insondable en la muerte
que el doble pliegue de los ojos cerrados
y el doble pliegue de los labios abiertos.

Al morir, portarás la máscara que tú mismo tallaste
porque temes la oscuridad y la extrema claridad.
Y cuántas veces la llevaste sin que lo supieras
al mirar por última vez el rostro de los otros.
Cuántas veces al recordar mucho a una persona
entraste sin saber en el sueño
donde las máscaras se ríen con sus bocas de piedra.
Con ella te sentías indemne entre los hombres
y los hombres sin querer te odiaron,
como si pudieras adivinar sus secretos más íntimos
y hubiera alguien más en la pieza cuando reías.
Al vivir, has ido conociento tu rostro
y has ido conociendo la máscara que cuelga del muro.

 

Una mujer quiere verla sobre tu rostro
y con cierto pudor tú te la pones riendo.
Y aunque la mujer también se ríe con una risa ahogada
todo se vuelve tan oscuro y lejano
como si hubieras caído en una trampa.
Aunque puedes verla a través de la máscara de jade
ella te parece más joven que la luz del día.
Aunque puedes hablarle a través de ese muro
no te atreves a decirle ni una sola palabra.
Aunque puedes quitarte esa venda no lo haces.
Y parece que estuvieras encerrado en un espejo
donde ella se mira como la luz del d1ia.

 

 

 

  • la semilla | La mesa de la tierra  

 

Cuando veas inclinarse a dos hombres
y depositar un puñado de tierra en la mesa,
están haciendo un trueque más viejo que la sal
y la semilla deja de ser semilla
para convertirse en el largo sueño
de las lechuzas que nunca duermen.
Y al fondo de la tierra vuelve de nuevo
como esos granos comidos por los pájaros
sin saber si son pájaros o son gotas de lluvia.

Tócala. Todos la tocamos para que sea la semilla.
Es suave y áspera como el dorso y la palma de la mano.
La acariciamos con respeto haciéndola más libre
guardándola sin respirar en nuestro soplo.
Y qisiéramos mojarnos la frente y los labios con ella
como en esa fuente de donde nacen todos los ríos,
acostando la cabeza en esa tierra alada
para soñar con todos los que hicieron lo mismo.

Es inasible. Es el polvillo de las viñas cerniendo
y se deshace entre los dedos como la plumilla de cardo
o los granos de aromo, esos visitantes nocturnos
que perfuman la lámpara y las tinieblas del hombre.
Y es la simiente guardada debajo de la lengua
cuando en la noche escuchamos nuestro aliento.
Es el puñado de polvo que queda de nosotros
y que alguien quisiera soplar alguna vez
con un fugaz, irresistible y oscuro deseo de sentir
que la ceniza vive en la ceniza del pan.

Y es la semilla posada en el hueco de la mano
como el pájaro que vuela en busca de la primavera.
Que vuela antes de ser nombrado por el viento
cuando el sol cumple los años de la noche.

 

 

 

  • el fuego | su sombra olvidada (fragmento) | El poema en el poema 

 

Hicieron un fuego una vez que ardió y ardió.
Al ver su sombra temblorosa en el muro yo rompí a llorar
porque me recordó la mano que me dio el primer alimento
avergonzándose de darme tan poco.

Uno de los hombres también lloró en silencio
contemplando esa escena
donde todo es recuerdo, donde todo es olvido.
Después cantó muy quedo
secándose los ojos con el dorso de la mano.

Cuando un extraño canta dejando de ser extraño
el fuego se acerca y nos toca la frente.
Y canta el silencio sólo escuchado
cuando todos hablamos y reímos.

Y los extraños dejan de ser extraños
porque el fuego enrojece sus orejas y sus mejillas.

 

 

 

  • nadie está lejos | El poema en el poema 

 

Nadie está lejos si puedo nombrarlo
si mi perro mueve la cola cuando lo nombro.

Nadie está lejos si veo las copas frente a cada asiento
si con mi copa en alto se la ofrezco al destino
mostrándole los cuatro extremos de la mesa
si cojo nuevamente mi copa vacía
si lleno con ella todas las copas restantes
si para todos alcanza esta incalculable medida
derramada en el hombre y ofrecida en la copa.

Si puedo decir que esta mesa nos reunió un buen día
estoy diciendo que estás sentado frente a mí
si puedo nombrarte yo tampoco estoy lejos
si al cruzar por tu casa cerrada para siempre
siento que alguien me mira alumbrando mis pasos
con esta misma luz que me inflama por dentro.

 

 

 

  • trances mortales (fragmento) | El poema en el poema 

 

Entró en la muerte
y la sombra oscureció los ojos del que lo vio morir
aclarando el rostro del dormido con esa luz de los espejos
donde nadie se ha mirado.

El que ve la muerte amanecer sobre un rostro
nunca más ve la luz de la misma manera.
El que ha visto morir se acuerda de ello
cuando ve nacer
cuando el sol ese día no se oculta.
Al abrirse por primera vez los ojos de un niño
se abre ese ojo tenebroso que tuvimos en la frente.
Y en las mujeres al dar a luz
se abre en sus entrañas
el vacío que separa la vida de la muerte.

 

Cuando me acerqué
él se incorporó en su lecho mirando a todos lados.
Se apaciguó al verme
al saber que existía otro hombre
que seguiría siendo un hombre al convertirse en polvo.

Palpó lentamente mis manos, mi cara, miró mi sombra.
Me pidió que le dijera algo antes de morir.
Yo lo llamé por su nombre ante su gran asombro
como si lo hubiera olvidado y le recordara tantas cosas.
Él mismo lo pronunció entonces
como dándoselo a otro.

 

 

 

  • el poema en el poema (fragmento) | El poema en el poema 

 

Pienso en el poder de mis pocos objetos
que adquieren otro orden al comenzar un poema.
Madera dispersa de un viejo y olvidado naufragio
vaso desenterrado donde el agua es más fresca.

Ellos son hechos con el polvo de todos los objetos
donde han desaparecido los días anteriores
menos este amanecido y enceguecido resplandor
preso en la telaraña resinosa de un pino.

Cuántas veces se cruzaron en mí dos o tres objetos
haciéndome unir la primera con la última línea
en una imagen indescifrable del lenguaje de las cosas.

Que otros se dejen arrebatar por las cosas hechizas.
Yo pienso en el trabajo hecho por el buen utensilio
de mango suavizado por el amor más durable

 

La poesía es como hacer un gran fuego
un soplido largo,muy largo en las tinieblas
cuyo sonido cambia si es invierno o verano
olvidando quiénes somos en la eterna llamarada.

La poesía es como aguardar la compañía de los otros
quienes brotan de nuevo de donde estaban esparcidos
-de estas tres piedras
dejadas por el mar al fondo de nosotros
como un testimonio de que aquí está nuestra casa.

Aquí donde respiramos un momento
aquí el fuego arde.
Y tú nunca olvidas quién estaba sentado al lado tuyo.

 

Un poema es como beber en un agua profunda
donde cada círculo es más grande que el anterior.
Y el poeta envejece en una hora
al descifrar su vida en unas líneas
y tocarse la cara con la misma mano con que amó
con que guardó lo más suyo
esos granos de polen ocultos en el viento.

El poema y el poeta
uno tallado a golpes en la piedra
y el otro en la carne viva.
Y cuyos miembros aún sangran
recordando cómo se hizo el mundo.
Los dos están hechos de la misma manera
pero nadie sabe cuál es más verdadero que el otro.

Un poeta y antes de él un árbol
junto al cual sentimos toda la tierra bajo los pies.
Porque existe una palabra para decirlo todo
y es ver un aromo florido al mismo tiempo que nombrarlo.
El poeta aguarda un año entero para decirnos esto.

 

Busco la compañía del agua y de la tierra
y como ya no puedo confundirme con ellas
las uno
si desposarlas es coger el barro de que fuimos hechos
amasándolo en mis manos hasta olvidar quién soy.

Yo mezclé la tierra con el agua sin ser alfarero
con una especie de goce doloroso
como si después de darle forma
debiera destruir todo lo hecho con esa pasta sagrada.

Si el poema no es más
que el silencio de todos los poemas
-la balanza donde se pesan el aire y la luz
con el alma de las piedras
-la única mirada que se recobra.
Si el poema no es más que eso
quisiera ser escrito de nuevo
por la misma mano que me alumbró
en esta misma página
en esta misma mesa
y con mi lámpara de barro.

 

 

 

  • Poética (tema 13) | Epifanías  

 

La esencia de un instante es mi substancia
el espacio abierto en torno mío es mi existencia
todo lo que me ocurre ahora es mi palabra
si el pasado cabe íntegro en la copa
es perfecto el pez, total el pájaro.

Anotar lo que soy con peligro
en el espacio abierto todo se suma
anotar lo que soy ahora mismo con desmedro
yo soy con mis órganos un pensamiento incompleto
lo que ocurrió mil veces es una forma pura.

Un violento deseo de mirar son las garzas
la voluntad de ver crea cosas tan lentas
flores que terminan en sí mismas como ojos
palabra viva cuyo sabor produce en mí
la coincidencia de los árboles.

Cada criatura me encierra un momento en sus límites
como si debiera conocer todo mi silencio
antes de contemplar el sol con ojos fieles
como si debiera mirar mil veces esta copa
para retener el tiempo múltiple del agua
el mundo entra ferozmente en mí
para borrar su anterior apariencia
el mundo se refleja haciéndonos reales.

Palabra-cosa, mi desnudez la habita
mi corazón me pertenece en el vacío
este momento es un árbol si frente a él estoy
es un pez si el río es toda mi corriente
palabra-pez, igual a todas las palabras
igual a todo el sol para nombrar la figa.

 

El poema que yo hago es mi cuerpo verdadero
el fruto sin el árbol, la ausencia sin mi amigo
es el centro de un círculo sin nadie
el punto invisible del espacio florido
el poema sucede a cada uno sin término.

 

 

 

  • Arte poética (robarle a la garza su blancura) |Epifanías 

 

Robarle a la garza su blancura
al águila, la uña con que raya el día
a toda criatura volante, su insuperable vértice
a mi copa, su unidad que crea el vino
su gesto invisible que todo lo divide
robarle al mar una sola ausencia
al río, su primera catástrofe
robarle al sol un sueño poblado
a este lugar, mi raíz quemada
a mi boca, su fruta perfecta
a mis manos, el consuelo de una fuente intacta
robarle a cada estancia su habitación sin muros
a cada abeja, el latido más pequeño del cielo
robarle a cada puerta su visitante imprevisto
a la mesa, su cuerpo final
robarle a la ventana el prisionero del mundo
a la mujer, el tacto de mis árboles verdes
la serpiente sin color de mi sangre indescifrable.